El caso es que salimos a caminar para tener esta conversación que venía pensando durante tanto tiempo atrás. Yo había imaginado que iríamos al malecón, yo empujando su silla de ruedas tal como imaginaba él empujaba a mi abuelo años atrás y nos sentaríamos frente al mar, como esperando que esa gran maza de agua lavara nuestros desacuerdos. Sucedió en cambio que mi viejo sugirió entrar al Bembos por unas hamburguesas así que entramos, hice el pedido y lo lleve a la mesa donde habíamos acomodado su silla. De pronto me dijo:
-De qué querías hablar?
En ese momento sentí algo extraño, de pronto todas las críticas y preguntas se hicieron humo. Una vez más decidí no decirlas, pero a diferencia de todas las veces anteriores, esta vez no me trague ese amasijo de palabras, sino que se desvaneció como si perdiera importancia, como si me dejaran finalmente en libertad, así que me limité a responder la única pregunta que había que hacer:
-Como estás tú?
Después de eso la cosa mejoró notablemente, hoy intento contarle mis aventuras y desventuras en Chile por lo menos una vez por semana que es bastante más de lo que podíamos comunicarnos cuando vivíamos en el mismo país. Es curioso como a veces la distancia sirve para acercar un poco más a la gente que queremos.
Igual quiero aprovechar de dedicarle esta entrada a mi viejo empezando este fin de semana de día del padre. Los dejo con un poema que escribí hace un par de años pensando en mi papá y que ya había publicado antes en este mismo blog, se llama Despierta.